Recuerdo un verano de los años ochenta, en un apartamento alquilado cerca del mar.
Me tocó quedarme varias jornadas solo en casa por algún tipo de infección del oído.
Días enteros postrado en cama, con medicación fuerte, sudores y delirios.
De esos días recuerdo 3 cosas: 1.descubrir a los Stones más sixties gracias a una cinta de casette de mi amigo J.N. ("Out Of Time", Hart Of Stone", "Time Is On My Side"...); 2.ver medio en delirio la película "Yellow Submarine" en la tele, muy de noche y gracias a que mis padres se acordaron de levantarme para no perderme la lisérgica cita; y 3.querer ser un animal.
Lo de querer ser un animal va por el dolor de oído y el dolor -menudo estaba hecho yo- de vivir. Me dio por observar al perro que teníamos en aquella época (el único que tuvimos jamás) y añorando su "perra vida" deseé con todas mis fuerzas abandonar mi condición humana y convertirme en un perro. En serio era lo que más deseaba aquel verano.
Una vida relajada, de comer, cagar, correr y vuelta a empezar.
Una vida sumisa, tranquila, dócil y aparentemente sin dolor.
Cuando un niño se pone a mirar a un perro face to face, llora un poco, escucha a los Rolling Stones más románticos y mezcla pasajes de "Yellow Submarine" con portentosas imaginaciones muy poco de su edad, al final sale lo que sale.
Y así ando ahora: más perro, más amarillo y más stoniano que nunca.
FELIZ AÑO PERRO. DIGO, NUEVO.
Nota: la imagen que buscaba no existe, o no la sé encontrar. Un dog-boy que recuerdo haber visto en alguna web... pero me ha gustado casi más el niño-gato este, qué pasa!
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