Las personas, con la edad, vuelven a querer escuchar relatos familiares, y esa es otra de las pistas que me confirman que la vejez es un retroceso a la infancia. Escuchar la historia de la propia familia y de otras familias, contar y recontar -e indefectiblemente inventar- la propia historia y querer que haya una audiencia, una recepción que atesore así la información.
El origen de la familia, cómo se conocieron los abuelos, cómo los padres, cómo naciste tú o tú o yo. Me fascina esa pasión por fijar la historia, esa necesidad humana de sentirse parte de algo que tuvo un origen, un desarrollo -casi siempre tormentoso o como mínimo accidentado- y un final entendido como un traspaso de datos. Y por supuesto la información omitida, amplificada, distorsionada, que para eso somos humanos.
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