Los hay raros, esquivos, bordes, amables y hasta cachondos. Pero cruzarte con uno, face-to-face, mirarle a los ojos, decir "hola" y no recibir nada a cambio ES FEO. "Señor vecino, lea usted mi blog y...directamente: VÁYASE A LA MIERDA".
Hoy me he levantado con ganas de no hacer nada. Tengo el día libre y la nariz congestionada. Toso mucho y saco mocos verdes grandes. Entonces me da por escuchar al mejor hombre-orquesta del momento, ver los preciosos cortos de Malcolm Shuterland. Luego me iré a cortar el pelo, optaré por la raya al lado esta vez. Nerdism. Luego a la radio y luego a casa a planchar y a doblar la ropa y a ver películas. Así estoy hoy.
"¿Quién ha dicho que la vida es un sueño? La vida es un juego." Gabriele D´Annunzio
Parece mentira que a día de hoy se siga viendo lo que se ve. Personas postrándose ante otras personas, pleitesía llevada al extremo, alfombras rojas, todos firmes y la casa por barrer. ¿Cómo puede haberse mantenido una costumbre tan medieval como el servilismo y el control de las masas de tal manera? Siguen llegando delegaciones de otros países y se les sigue uno arrodillando, se les besa la mano y se les lanza flores al paso. No puedo entenderlo. Yo creo que el mundo no anda tan mal como para necesitar perpetuar ese espejismo de poder, porque no es más que un espejismo, eso es bastante evidente. Pero quizá el mundo sí está tan mal, y entonces soy yo el que no entiende nada. Si tu jefe tiene un jefe que a su vez tiene un jefe y además está por debajo de otro jefe, y ese jefe que está por encima de todos los jefes un día va y se presenta en tu casa, pues le atiendes y punto. Pero nada más. NADA MÁS.
Todo el día silbando canciones con nombres de chicas: Cecilia Ann y Allison, por ejemplo.
"Que sí, que las tocamos juntas y nos quedamos tan anchos"
Leo en el blog de un amigo una entrada referente a la fe en la palabra. Fe que se ha perdido, olvidado y masacrado a sabiendas. Paralelamente recuerdo un par de correos electrónicos enviados por mí hace menos de una semana a dos personas que merecían un toque de atención por algo que habían hecho. Que me habían hecho. Curioso. El efecto de mis correos fue devastador. Logré mi objetivo: disculpa y entuerto en vías de resolución. El afectado era yo, en este caso, y decidí confiar en la palabra. Palabra escrita. Palabra al fin y al cabo. Confiar en las cosas bien dichas, claras, concisas y, si me apuran, incisivas. Oh. Vuelvo a lo que comentaba mi amigo: qué raro es volver a hablar claro en estos tiempos oscuros. Qué inocente confiar en una reacción mesurada, previamente reflexionada pero al mismo nivel de confianza que la del mensaje enviado. No. Las dos respuestas a mis dos respectivos correos han sido: malinterpretadas, sacadas de contexto y, por lo tanto, mal respondidas y de malas maneras. ¿Si yo confío en que el mensaje estaba claro -Y LO ESTABA- porqué se me ha entendido mal? ¿Por qué no somos capaces de volver a hablar claro en estos tiempos? Uno se me enfada y me recrimina cierta falta de "trabajo en equipo". El otro se disculpa y apela a los sentimientos para calmar mi ira, pero no entra al trapo. ¿Ya no sabemos solucionar entuertos? ¿Ya no queremos solucionarlos? Un grito y un mail extrañísimo después, la vida continuaba con la misma mediocridad y tontería. La fe en la palabra (escrita, dicha, vociferada, locutada...) otra vez ha perdido la batalla. ¿Solución? Nadie la busca ya. Dejemos que las cosas vayan sucediendo. Las iremos viendo pasar y tan frescos.