Solía tener una pesadilla recurrente en la que la muerte -transformada en clásica bruja de escoba voladora- abría la puerta del coche de mi padre y me llevaba consigo. Yo, sentado detrás de papá, la veía venir, volando a toda velocidad desde un cielo azul eléctrico, y no podía hacer nada. De hecho, la puerta estaba atrancada y no había posibilidad de abrirla y salir por patas. Ella, riendo desde las alturas, clavada amenazante sus ojos en los míos, y yo intentaba dejar de mirarla, pero era imposible. La muerte me había atraído, enganchado, absorvido sin remisión.
sábado, 21 de enero de 2012
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