Los que me conocen saben que no soy un tipo dado a la broma fácil, a la sorna, el cachondeíto y la sátira. No es que me tenga por alguien serio o grave, no. Es que la burla la disfruto más y mejor cuando la hacen otros, that´s all. Por otro lado, no bailo bien. Y si algún baile me hace poca gracia, ése es la polka. Bailecito ruso par excellence, cada vez que escucho algo similar a su ritmo de traca y matasuegras, me entra un dolor de sienes descomunal. Y si encima está readaptado a lo circense -tipo “Los payasos de la tele” y ese chumba chumba clásico de la coña fácil con caídas y tropiezos pasados a cámara rápida que todos conocemos- pues peor.
Llegados a este punto, resumo: la polka no me hace ni puta gracia. Y la polka para reirse de canciones serias tampoco. PERO -siempre hay un pero que tira al traste cualquier reflexión por profunda o fundamentada que parezca- hay excepciones. Y más cuando se hacen con canciones intocables, sagradas, míticas. El responsable de tamaña irresponsabilidad se hace llamar “Weird” Al Yankovic, un tipo que con la polka hace unos corta-pega de madre y muy señor mío. Pitos de feria, banjos ridículos, baterías de juguete y acordeones mongólicos. Eso y mucho más hace el tal Yankovic. Y Otto hasta se ríe.
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