Ahora que repaso el libro de Marta Peirano y vuelvo a asombrarme con el maravilloso mundo de los autómatas, los muñecos y sus creadores, me viene a la cabeza la obra de Hans Bellmer.
Bellmer nació en Katowice, Polonia, en 1902. Hijo de un ingeniero muy autoritario, es obligado a estudiar tipografía y trabajar en una mina de carbón cerca de Berlín, donde conoce a George Grosz y se enciende la mecha. Allí comienza a experimentar sus pulsiones artísticas y monta una suerte de muñecas en el Berlín-Karholst, imágenes bizarras de impúberes muchachas desnudas, algo que nadie había hecho antes.
Hechas primeramente de juguetes rotos encontrados en una caja de su infancia, estas muñecas son una visión sádica donde las niñas que representan son víctimas de los peores excesos. Son juguetes pícaros que exhiben pechos hipertrofiados y mutilaciones brutales, como si de algún modo Bellmer sugiriese lo que va a ocurrir en breve en Alemania y luego en toda Europa. Su arte es incómodo, y ya se sabe que si te tildaban de incómodo o degenerado te ibas automáticamente a París.
Y si llegas a París y conoces a Duchamp, Ray y a otros sospechosos habituales, pues como que tu arte empieza a tener salida. Bellmer también hace fotos, dibuja y escribe “Die Puppe” (“La muñeca”), donde explora todavía más el universo de las muñecas extremas. Y sigue escandalizando. Después lo inevitable: campo de concentración, huída al sur de Francia, se casa, tiene dos hijos, se separa, vuelve a París y se casa de nuevo. Y luego cosas peores.
“Toda experiencia humana debe ser fantástica”, decía Bellmer, y eso remite un poco a lo de Breton: “La belleza será convulsa o nada”.
Con la obra de Bellmer, uno tiene la impresión de que fantasear es peligroso, pero de eso va la cosa. Las dos veces que he visto algo de Bellmer en directo, casi ha sido más constructivo fijarse en el público que mira su obra que en la obra misma. Es un arte que arremete, y eso está bien. A Otto le hace pensar en las pinturas negras de Goya, algo de Escher, Piranesi, Archimboldo, Otto Dix, Thomas Ott, los Atlas de Anatomía Humana de hace siglos y las muñecas de Famosa con diseñadores de las SS. Y la música que me viene a la cabeza cuando aplaudo la obra de Bellmer sólo puede ser ésta:
Bellmer nació en Katowice, Polonia, en 1902. Hijo de un ingeniero muy autoritario, es obligado a estudiar tipografía y trabajar en una mina de carbón cerca de Berlín, donde conoce a George Grosz y se enciende la mecha. Allí comienza a experimentar sus pulsiones artísticas y monta una suerte de muñecas en el Berlín-Karholst, imágenes bizarras de impúberes muchachas desnudas, algo que nadie había hecho antes.
Hechas primeramente de juguetes rotos encontrados en una caja de su infancia, estas muñecas son una visión sádica donde las niñas que representan son víctimas de los peores excesos. Son juguetes pícaros que exhiben pechos hipertrofiados y mutilaciones brutales, como si de algún modo Bellmer sugiriese lo que va a ocurrir en breve en Alemania y luego en toda Europa. Su arte es incómodo, y ya se sabe que si te tildaban de incómodo o degenerado te ibas automáticamente a París.
Y si llegas a París y conoces a Duchamp, Ray y a otros sospechosos habituales, pues como que tu arte empieza a tener salida. Bellmer también hace fotos, dibuja y escribe “Die Puppe” (“La muñeca”), donde explora todavía más el universo de las muñecas extremas. Y sigue escandalizando. Después lo inevitable: campo de concentración, huída al sur de Francia, se casa, tiene dos hijos, se separa, vuelve a París y se casa de nuevo. Y luego cosas peores.
“Toda experiencia humana debe ser fantástica”, decía Bellmer, y eso remite un poco a lo de Breton: “La belleza será convulsa o nada”.
Con la obra de Bellmer, uno tiene la impresión de que fantasear es peligroso, pero de eso va la cosa. Las dos veces que he visto algo de Bellmer en directo, casi ha sido más constructivo fijarse en el público que mira su obra que en la obra misma. Es un arte que arremete, y eso está bien. A Otto le hace pensar en las pinturas negras de Goya, algo de Escher, Piranesi, Archimboldo, Otto Dix, Thomas Ott, los Atlas de Anatomía Humana de hace siglos y las muñecas de Famosa con diseñadores de las SS. Y la música que me viene a la cabeza cuando aplaudo la obra de Bellmer sólo puede ser ésta:
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