miércoles, 15 de abril de 2009

Lecturas


Esa cosa del leer. Lo que hemos leído y lo que nos queda por leer. Lo que dicen por ahí que han leído y lo que de verdad han leído. Los libros que más influyeron en nuestras vidas, los que menos, los que dejaron huella pero no recordamos, los que recordamos sin saber por qué.
Otto recuerda una cena en la que, entre gentes de buen leer, propuso citar una novela que diera cierto reparo no haber leído. No, más que reparo, ilusión, porque tener un libro pendiente no puede provocar otra cosa que ilusión. Mi intención era que la gente confesase tener pendiente la lectura de una novela clásica, un autor “de los que hay que leer”, un libro que pudiera aparecer en cualquier canon de buen lector. Total, que mesa a mesa pasó el (inocente) desafío y cada uno mencionó un libro clave no leído.
Estos días releo fragmentos de “Los libros en mi vida”, de Henry Miller, donde el autor norteamericano se explaya con lo que ha leído, tanto bueno como malo, pero sobre todo con lo que le queda por leer (nota: escribió este librito con más de setenta y cinco años).
En “Los libros en mi vida”, Miller no sólo comparte con los lectores su archivo mental de lecturas sino que también se explaya con un capitulito muy divertido sobre qué debe leerse -o no- en el lavabo. Dejemos esto para otro post, y vamos a lo que Miller, como buen ejemplo de no erudito pero sí buen lector, confiesa en el prefacio:

“Uno de los resultados de este examen de conciencia -porque a eso equivale la redacción de este libro- es la confirmada creencia de que se debe leer menos y menos, y no más y más. Según se comprobará recorriendo con la mirada el Apéndice, no he leído ni remotamente tanto como el catedrático, la rata de biblioteca o siquiera el hombre -bien educado-, pero no cabe duda de que he leído un centenar de veces más de lo que debí haber leído para mi propio bien.

Bravo. Y ahora una pequeña muestra de ese Apéndice. Entre los 100 libros que más influyeron a Miller tenemos joyas como: “Cuentos de Andersen”, “Robinson Crusoe”, “Los miserables”, “Tao Te King”, “Motín a bordo”, “Vidas paralelas”, “El satiricón”, “Gargantúa y Pantagruel” o “Los viajes de Gulliver”. No me diréis que no son clásicos.
¿Y los libros que Miller todavía pensaba leer cuando escribió ésto?
“Las amistades peligrosas”, “Tom Jones”, “La educación sentimental”, “El cuerno de oro”, “Los 120 días de Sodoma”, “La cartuja de Parma” o “Summa Theologhica”. ¿No es divertido descubrir qué no había leído Miller cuando escribió “Trópico de Cáncer” o “Sexus”?



Otto está encantado de no haber leído cientos de miles de libros, pero, aunque no dispone de una vida paralela para poder leer todos los que quiere, al menos sufre de insomnio para compensar un poquito y sentirse menos culpable con los libros pendientes.
Y ahora, va, mencionaré algunos libros que se citaron en esa mesa de “buenos lectores” en la que todos se miraban esquivamente sin atreverse a admitir una falta en su currículum lector y que a Otto le hizo tanta gracia. Para empezar, ya sin más dilación, admitiré que no, Otto no ha leído a Proust. Ni a García Márquez, ni a Bocaccio ni a Gide, entre muchos muchos otros. ¿Y qué decir de los demás que cenaban con Otto? Vaya, pues ahora no recuerdo bien, pero salieron, entre otros, nombres como Stendhal, Cervantes, Vargas Llosa, el propio Miller, Céline, Borges y Hemingway.
¿Y libros que más han influido a Otto?
Buff, otro post pendiente. Buenas noches y buena lectura.

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