Hoy hace 204 años que nació Hans Christian Andersen.
Cuentista de mucho cuidado, Andersen procedía de una familia pobre: fue engendrado por un padre que tenía 22 años de profesión zapatero, y una madre de 40 años de profesión lavandera, vivían y dormían todos en una habitación de 7 metros cuadrados en la humilde ciudad de Odense, Dinamarca. A pesar de esto, y como suele pasar en casos así, nuestro querido cuentista tuvo una infancia muy feliz hasta que en 1816 murió su padre. Hans Christian abandonó entonces la escuela y se dedicó a algo muy poco práctico: leer todo lo que caía en sus manos. Algo más tarde decidió buscar su talento y empezó a educar su voz para ser cantante de ópera. Pero no le salió bien. Luego quiso ser actor de teatro. Tampoco. Se hizo amigo de grandes empresarios de espectáculos y hasta del rey de Dinamarca, quien lo apreciaba mucho y lo apoyó en todo lo que pudo. Excéntrico, vivaracho, medio alcohólico y con una imaginación fuera de toda comparación, Andersen apañó unos estudios superiores en la Universidad de Copenhagen y se dedicó a viajar y escribir a lo grande.
No hablaremos aquí de sus éxitos literarios ni su enorme influencia en la narratología posterior. Me gustaría comentar que una vez (junio de1847) coincidió con el otro gran cuentista pobre de su época durante un viaje a Inglaterra, que alguien debería escribir algo sobre ese encuentro de titanes y que alguien más podría inventarse un hipotético diálogo sobre el mismo. Probemos:
-Hans: “Oye, Charles, ¿tú crees que eres mejor escritor por haber tenido una infancia chunga de cojones?”
-Charles: “Hombre, Hans, no tiene nada que ver, pero desde luego, en cuestiones de dramas y traumas infantiles yo te gano de calle”.
-Hans: “¿Tú crees? Yo me cosía mi propia ropa con 5 años, mi padre mendigaba bajo un puente cuando no teníamos qué llevarnos a la boca y luego va y me da por empinar el codo con 14 años y escribir “El traje nuevo del emperador”. Supera eso”.
-Charles: “Bueno, pues sin ir más lejos, yo no recibí ninguna educación hasta los 9 años, y luego me fui a vivir al infecto Camden Town, y mi padre tenía tantas deudas que fue encarcelado en una prisión de 4 metros cuadrados. Pero lo mejor -sujétate, Hans- es que como no teníamos dinero para mantener la casa, nos trasladamos a vivir con él a su celda. ¿Qué me dices?”
-Hans: “Bueno, pero luego saliste a currar y sólo ibas a visitar a la familia en domingos, que me enterao…”
-Charles: “¡Claro, pero fue porque me metí a currar en una fábrica de betunes para calzado a seis chelines semanales! ¡Y luego escribí “David Copperfield”, chaval!”
-Hans: “¿Y también te dio por la interpretación, verdad? Pero te pilló gripe el día del casting principal y fin de la historia, ¿no?”
-Charles: “Sí, qué mala pata la mía. Pero así pude escribir “Oliver Twist”, fíjate tú. Bueno, pero no hablemos más de desgracias…¿qué tienes en mente, Hans, para esta etapa final de tu vida?”
-Hans: “No sé, quizá caerme de la cama, fracturarme catorce huesos y quedarme jodido hasta el fin de mis días. Así escribiré más y mejor, jajaja. ¿Y tú?”
-Charles: “Mmm. Quizá me salve de un choque ferroviario mortal en el puente de Staplehurst y me ponga a curar a todos los moribundos durante horas, me pille una apoplejía y me divorcie de mi esposa, mantenga relaciones con mi cuñada y la palme sin nadie a mi lado. ¿Qué te parece, Hans?”
-Hans: “¡Eres mi ídolo, Charles, qué tipo!”
-Charles: “Sí, la verdad es que soy un salao”.
Cuentista de mucho cuidado, Andersen procedía de una familia pobre: fue engendrado por un padre que tenía 22 años de profesión zapatero, y una madre de 40 años de profesión lavandera, vivían y dormían todos en una habitación de 7 metros cuadrados en la humilde ciudad de Odense, Dinamarca. A pesar de esto, y como suele pasar en casos así, nuestro querido cuentista tuvo una infancia muy feliz hasta que en 1816 murió su padre. Hans Christian abandonó entonces la escuela y se dedicó a algo muy poco práctico: leer todo lo que caía en sus manos. Algo más tarde decidió buscar su talento y empezó a educar su voz para ser cantante de ópera. Pero no le salió bien. Luego quiso ser actor de teatro. Tampoco. Se hizo amigo de grandes empresarios de espectáculos y hasta del rey de Dinamarca, quien lo apreciaba mucho y lo apoyó en todo lo que pudo. Excéntrico, vivaracho, medio alcohólico y con una imaginación fuera de toda comparación, Andersen apañó unos estudios superiores en la Universidad de Copenhagen y se dedicó a viajar y escribir a lo grande.
No hablaremos aquí de sus éxitos literarios ni su enorme influencia en la narratología posterior. Me gustaría comentar que una vez (junio de1847) coincidió con el otro gran cuentista pobre de su época durante un viaje a Inglaterra, que alguien debería escribir algo sobre ese encuentro de titanes y que alguien más podría inventarse un hipotético diálogo sobre el mismo. Probemos:
-Hans: “Oye, Charles, ¿tú crees que eres mejor escritor por haber tenido una infancia chunga de cojones?”
-Charles: “Hombre, Hans, no tiene nada que ver, pero desde luego, en cuestiones de dramas y traumas infantiles yo te gano de calle”.
-Hans: “¿Tú crees? Yo me cosía mi propia ropa con 5 años, mi padre mendigaba bajo un puente cuando no teníamos qué llevarnos a la boca y luego va y me da por empinar el codo con 14 años y escribir “El traje nuevo del emperador”. Supera eso”.
-Charles: “Bueno, pues sin ir más lejos, yo no recibí ninguna educación hasta los 9 años, y luego me fui a vivir al infecto Camden Town, y mi padre tenía tantas deudas que fue encarcelado en una prisión de 4 metros cuadrados. Pero lo mejor -sujétate, Hans- es que como no teníamos dinero para mantener la casa, nos trasladamos a vivir con él a su celda. ¿Qué me dices?”
-Hans: “Bueno, pero luego saliste a currar y sólo ibas a visitar a la familia en domingos, que me enterao…”
-Charles: “¡Claro, pero fue porque me metí a currar en una fábrica de betunes para calzado a seis chelines semanales! ¡Y luego escribí “David Copperfield”, chaval!”
-Hans: “¿Y también te dio por la interpretación, verdad? Pero te pilló gripe el día del casting principal y fin de la historia, ¿no?”
-Charles: “Sí, qué mala pata la mía. Pero así pude escribir “Oliver Twist”, fíjate tú. Bueno, pero no hablemos más de desgracias…¿qué tienes en mente, Hans, para esta etapa final de tu vida?”
-Hans: “No sé, quizá caerme de la cama, fracturarme catorce huesos y quedarme jodido hasta el fin de mis días. Así escribiré más y mejor, jajaja. ¿Y tú?”
-Charles: “Mmm. Quizá me salve de un choque ferroviario mortal en el puente de Staplehurst y me ponga a curar a todos los moribundos durante horas, me pille una apoplejía y me divorcie de mi esposa, mantenga relaciones con mi cuñada y la palme sin nadie a mi lado. ¿Qué te parece, Hans?”
-Hans: “¡Eres mi ídolo, Charles, qué tipo!”
-Charles: “Sí, la verdad es que soy un salao”.
También me gustaría recordar que en el Central Park de Nueva York, una viejecita de más de 80 años lleva más de 30 repasando cuentos de Andersen cerca del maravilloso Sheep Meadows, que muchos niños van a escucharla y que Otto se quedó una vez delante de ella, disfrutando de la magia del momento, until the sun went down.
Hoy se entrega el Premio Han Christian Andersen de literatura infantil, y también de ilustración. Bravo pues. Y aprovecho para decir que la ciudad de Copenhagen en preciosa, y las danesas que pasean en bici por sus calles, también. Y la Sirenita es una caca total. Y las danesas en bici son para caerse de espaldas. ¿O eso ya lo he dicho?
Y que alguien debería dedicarse a fotografiar danesas en bici y hacer un rollo Sartoralist. ¡Mierda, ya existe!
peazo diálogo
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