Citando a Whitman comienza Ricard Ruiz su relato de inspiración stevensoniana.
A Whitman y a las termitas, siembradudas como pocas. Luego te engancha con un lenguaje victoriano, un ritmo endiablado y una primera persona, de nombre Gabriel J. Utterson, que apunta más de lo que dice. Debo admitir que desde la primera línea he pensado en Shelley y su moderno Prometeo, desde la primera línea. Avanza la narración y aparecen unos criados de poco fiar, un laboratorio infecto, unas meretrices poco agraciadas en los peores barrios de Londres. Terreno de cultivo para un final inesperado. Un final con una carta, una de aquellas cartas de la novela del XIX. Sí, como las de “Pierre o las ambigüedades” y las de Novalis. Y entonces ese final. Sí, ese final. No digo más y ya he dicho demasiado. Leedlo. Recopilado está junto a otros grandes narradores (Cristina Cerrada, José Manuel Fajardo…) y editado por Fernando Marías para 451 Editores. Bravo, Ricard.
A Whitman y a las termitas, siembradudas como pocas. Luego te engancha con un lenguaje victoriano, un ritmo endiablado y una primera persona, de nombre Gabriel J. Utterson, que apunta más de lo que dice. Debo admitir que desde la primera línea he pensado en Shelley y su moderno Prometeo, desde la primera línea. Avanza la narración y aparecen unos criados de poco fiar, un laboratorio infecto, unas meretrices poco agraciadas en los peores barrios de Londres. Terreno de cultivo para un final inesperado. Un final con una carta, una de aquellas cartas de la novela del XIX. Sí, como las de “Pierre o las ambigüedades” y las de Novalis. Y entonces ese final. Sí, ese final. No digo más y ya he dicho demasiado. Leedlo. Recopilado está junto a otros grandes narradores (Cristina Cerrada, José Manuel Fajardo…) y editado por Fernando Marías para 451 Editores. Bravo, Ricard.
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