El viernes pasado estuve pinchando en un bar perfecto. Lo tenía todo: parroquianos sin oficio ni beneficio, camareras guapas, visitantes inesperados y borrachos que pedían gilipolleces. Hasta vino la pasma. Pero lo mejor, lo que hizo de esa noche algo especial, fue la señora de cincuenta años bebiendo de su petaca. Se pedía tónicas cada quince minutos, pero las perfumaba con su propio alpiste. Grande. Homenaje para esa señora que hasta creo movió algo la cabeza cuando pinché a Curtis Mayfield. Aplauso. Fundido en negro. Gran noche.
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