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Media hora después. Ding dong. Esta vez abajo. Salgo a la ventana y no hay nadie. Me acerco a la puerta ya por el camino del parquet que sé que no cruje. Abro la mirilla. No hay ojo, está negro. ¿Lo habrá tapado con la mano? Me imagino un disparo a través de la puerta, me agacho por si el tipo calcula darme en el vientre. Ja, ja, fallaste, bastardo. Me quedo arrodillado treinta segundos. No hay ruido. Me levanto y mis rodillas hacen "crack". Supero el miedo y vuelvo a levantar la mirilla. Un tipo baja la escalera. ¿Un vecino o el personaje de hace un rato?
Cómo detesto las resacas y las siestas y los domingos estúpidos, solitarios, arrastrados.
Momento Escher.
ResponderEliminar(qué bueno!)