Léase esta entrada como homenaje a las calles magnéticas.
Me refiero a calles, avenidas, callejones y paseos que forman parte del trazado natural de una ciudad pero no pertenecen a ella en un sentido meramente físico. Me explico. Otto recorre habitualmente varios caminos en su día a día. Otto y todo el mundo, claro. Lo que ocurre es que hay calles que -por motivos que se me escapan- son calles como muy personales. Y no me refiero a calles donde ocurrió esto y aquello, donde nos despedimos de alguien para no verlo jamás, donde lloramos o donde vimos algo que no queríamos ver. No. Es más un tipo de calle del alma. Cursi, lo sé. Hablo de calles que nos protegen, calles que nos atraen, calles que nos vendrían a buscar -ellas a nosotros- si pudieran.
Otto tiene agorafobia. Sí, Otto es también un hipocondríaco de cojones, pero tiene agorafobia, eso lo constato. Y por ese motivo, en su particular caso, las calles que le cobijan son calles pequeñas, no necesariamente cortas, pero sí estrechas, algo neoyorkinas, malasañeras y hasta parisinas. Y como de la parte de Roma que más me gusta (sí, los alrededores de la via Giulia, sí). Son calles como neutrales, de enlace a otras más -let´s say- importantes, comerciales, arteriales. Son calles donde suele haber poca gente, o la misma gente casi siempre. Calles que parecen mantras, que se podrían recorrer del derecho y del revés y daría igual. Calles que siempre han estado ahí pero que parecen cobrar sentido sólo cuando las pisas tú. Absurdo, lo sé. Son calles tuyas, calles con taras como tú, calles donde todo está bien. O no, pero a ti te lo parece. Calles como imanes donde ir a parar cuando te pilla la lluvia, te grita tu jefe o te dicen que acabas de ser padre. Son calles como las que describe casi siempre Patrick Modiano (que el corrector del Word insiste en que sea Mediano y no lo es, no señor, no lo es). Calles fantásticas.
Nota 1: otro día hablaré de bares con ese poder magnético. Y no me refiero a bares de copas de los de ir con amiguetes a romper la noche, no. Son bares fuera del tiempo, bares a los que iba tu padre y, aunque jurabas que no, acabarás yendo tú. Odio muchos bares y sus olores y su gente y su todo, pero algunos me llaman. “Pst, eh, tú, chaval, aquí estarás bien, entra, va”. NI DE COÑA. Paso. Que paso, digo. (Joder, aquí he quedado como un alcohólico en potencia, ¿no?). “Days of wine & roses”, qué pedazo de película, my god…
Nota 2: es feo decirlo, pero también hay personas así. Y estar con ellas es una jodienda de las grandes. Pero esto no da para una entrada del blog, no, sino para una novela que jamás escribiré.
Nota 3: hay calles que ni son magnéticas ni son bonitas ni tienen puta gracia. Calles que debes atravesar por narices y que te suponen un esfuerzo mental y físico descomunal. ¿Por qué existirá la calle Aragón de Barcelona? Que alguien me lo explique, por favor. Es que ni de oeste a este, ni cruzarla, ni olerla, oiga.
Me refiero a calles, avenidas, callejones y paseos que forman parte del trazado natural de una ciudad pero no pertenecen a ella en un sentido meramente físico. Me explico. Otto recorre habitualmente varios caminos en su día a día. Otto y todo el mundo, claro. Lo que ocurre es que hay calles que -por motivos que se me escapan- son calles como muy personales. Y no me refiero a calles donde ocurrió esto y aquello, donde nos despedimos de alguien para no verlo jamás, donde lloramos o donde vimos algo que no queríamos ver. No. Es más un tipo de calle del alma. Cursi, lo sé. Hablo de calles que nos protegen, calles que nos atraen, calles que nos vendrían a buscar -ellas a nosotros- si pudieran.
Otto tiene agorafobia. Sí, Otto es también un hipocondríaco de cojones, pero tiene agorafobia, eso lo constato. Y por ese motivo, en su particular caso, las calles que le cobijan son calles pequeñas, no necesariamente cortas, pero sí estrechas, algo neoyorkinas, malasañeras y hasta parisinas. Y como de la parte de Roma que más me gusta (sí, los alrededores de la via Giulia, sí). Son calles como neutrales, de enlace a otras más -let´s say- importantes, comerciales, arteriales. Son calles donde suele haber poca gente, o la misma gente casi siempre. Calles que parecen mantras, que se podrían recorrer del derecho y del revés y daría igual. Calles que siempre han estado ahí pero que parecen cobrar sentido sólo cuando las pisas tú. Absurdo, lo sé. Son calles tuyas, calles con taras como tú, calles donde todo está bien. O no, pero a ti te lo parece. Calles como imanes donde ir a parar cuando te pilla la lluvia, te grita tu jefe o te dicen que acabas de ser padre. Son calles como las que describe casi siempre Patrick Modiano (que el corrector del Word insiste en que sea Mediano y no lo es, no señor, no lo es). Calles fantásticas.
Nota 1: otro día hablaré de bares con ese poder magnético. Y no me refiero a bares de copas de los de ir con amiguetes a romper la noche, no. Son bares fuera del tiempo, bares a los que iba tu padre y, aunque jurabas que no, acabarás yendo tú. Odio muchos bares y sus olores y su gente y su todo, pero algunos me llaman. “Pst, eh, tú, chaval, aquí estarás bien, entra, va”. NI DE COÑA. Paso. Que paso, digo. (Joder, aquí he quedado como un alcohólico en potencia, ¿no?). “Days of wine & roses”, qué pedazo de película, my god…
Nota 2: es feo decirlo, pero también hay personas así. Y estar con ellas es una jodienda de las grandes. Pero esto no da para una entrada del blog, no, sino para una novela que jamás escribiré.
Nota 3: hay calles que ni son magnéticas ni son bonitas ni tienen puta gracia. Calles que debes atravesar por narices y que te suponen un esfuerzo mental y físico descomunal. ¿Por qué existirá la calle Aragón de Barcelona? Que alguien me lo explique, por favor. Es que ni de oeste a este, ni cruzarla, ni olerla, oiga.
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